Un volcán de nombre impronunciable ha traído de cabeza a las autoridades de medio mundo y ha provocado el caos en el transporte europeo. Aunque la situación se va poco a poco normalizando, los ecos de la explosión del Eyjafjallajokull se van apagando, pese a que aún sigue vomitando lava y elevando hacia el cielo humaredas que alcanzan hasta los cuatro kilómetros de altura.
Algunos científicos siguen preocupados porque creen que la actividad en este cráter islandés podría causar una erupción en el monte Katla, un volcán «muy poderoso» que descansa bajo un glaciar cercano. Una erupción en el Katla podría derretir grandes cantidades de hielo y causar inundaciones masivas, lo que afectaría una ciudad en las cercanías de 300 habitantes. La historia así lo demuestra: tres erupciones previas en Eyjafjallajokull desataron erupciones en Katla.
El volcán islandés, que ha estado latente por dos mil años, hizo erupción hace unos nueve días, causando una fisura de un kilómetro de largo en un campo de hielo del glaciar Eyjafjallajoekull. La erupción ocurrió a unos 120 kilómetros al este de la capital, en un área escasamente poblada. Inicialmente hubo temores de que el volcán causara una inundación, ya que haría que el hielo se fundiera en el glaciar situado más arriba, pero ese escenario aparentemente fue evitado.
Islandia está sobre la Sierra Submarina Meso-Atlántica, el límite altamente volátil entre las placas continentales euro-asiática y norteamericana, con lo que los sismos y erupciones son un hecho cotidiano. La más reciente erupción volcánica en el área de Eyjafjallajoekull ocurrió en 1821.
Sin embargo, es el Krakatoa, ubicado en la isla de Java, el volcán que más daños ha causado en la historia moderna. A más de 1.828 metros de altura y con un diámetro de aproximadamente dieciséis kilómetros, la mañana del 27 de agosto de 1883, el Krakatoa comenzó a rugir. El gran cráter literalmente estalló, lanzando a la atmósfera todo tipo de materia. Los efectos de la explosión, con una energía de 200 megatones (10.000 veces más que la bomba atómica de Hiroshima) provocaron casi la desaparición de la isla, ocasionaron numerosos tsunami y provocaron la muerte de unas 36.000 personas.
La erupción redujo la isla de Krakatoa a un tercio de su antiguo tamaño, enviando gigantescas olas a las costas asiáticas. Piedras gigantescas cayeron a más de 185 kilómetros de distancia, y la ciudad de Jakarta se vio sumida en una total oscuridad. Para muchos de los habitantes de la región, el fin del mundo había llegado. El fuerte ruido que acompañó la explosión no tenía precedentes. Se pudo escuchar en la ciudad australiana de Alice Springs e incluso en la lejana isla de Madagascar. Más de 36.000 personas perdieron la vida y varios países de alrededor del mundo se vieron afectados por los devastadores efectos del volcán.
El cine no podía permanecer ajeno a esta tragedia. No en vano la erupción del Krakatoa fue uno de los cataclismos naturales de la historia mejor documentados; desde los primeros avisos del volcán hasta la explosión final, cada paso fue atestiguado y registrado por los colonos holandeses que vivían en la región. Y como no podía ser de otra forma tratándose de una página dedicada al ferrocarril, en la ficción cimetaográfica el tren tiene un pequeño papel en el filme ‘Krakatoa, al este de Java’, un título no demasiado afortunado porque el volcán se sitúa precisamente al oeste de la isla indonesia.
La recreación cinematográfica de la que está considerada la mayor erupción volcánica de la historia, acontecida en 1883, gana en intensidad e interés en cuanto se acerca el momento de la erupción. Dirigida por Bernard L. Kowalski en 1969, en esta producción estadounidense intervienen Maximilian Schell, Diane Baker, Brian Keith, Barbara Werle, Sal Mineo, Rossano Brazzi y John Leyton, en un guión realizado por Cliff Gould, Bernard Gordon basándose en algunos de los hechos que estuvieron a punto de hacer desaparecer la isla situada en el estrecho de Sonda, entre Java y Sumatra.
Parte de la película se rodó en los estudios madrileños de Samuel Bronston Studios y, Sevilla Films, así como en los de Cinecittà Studios, de Roma. Pero hay escenas exteriores que se realizaron en Denia (Alicante) y el puerto de Bilbao.
La secuencia donde aparece una locomotora de vapor está rodada en el puerto de Denia. Al parecer, se trata de una de las locomotoras originales del Ferrocarril Carcagente-Denia de rodaje tipo 2-2-0 ST y tanque envolvente (tipo albarda o silla de montar) con dos cilindros exteriores y la distribución plana con mecanismo interior, siendo la presión de la caldera de 7 atm A una de ellas, la nº 3, se le reconstruyó el tanque de agua resultando del tipo de alforja. Con estas locomotoras comenzó la tracción a vapor en este ferrocarril 17 años después de su inauguración.
Grafiada con el número seis, como puede verse en el filme, perteneció a una serie de seis locomotoras (1 al 6), con la que comenzó a operar en esta línea, una de las primeras de vía estrecha de España y que estuvo en funcionamiento hasta 1969.
Fueron construidas por Black Hawthorn en los talleres de Manchster y entregadas entre 1881 y 1883 a la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, que se había hecho con los derechos de la explotación. A finales del siglo XIX, la zona de Carcagente era una potencia agrícola (naranjas) y de la industria de la seda y, por otra parte, Dénia tenía un puerto importante, enclavado en un punto estratégico para la exportación.
En 1942 el ferrocarril pasa a ser propiedad del Estado, hasta que se adjudica a Feve en 1965. Las seis locomotoras logran sobrevivir hasta esa fecha, si bien sólo la número 1 y la número 4 se conservan en la actualidad en Zaragoza, en el recinto de la empresa Industrias Lopez Soriano S.A, mientras que el resto incluida la número 6 que aparece en esta película, fueron dadas de baja en 1967 y desguazadas.