“El último tren a ninguna parte”. Así lo llaman los lugareños. Un buen nombre para un tren fantasmal que se pudre en la tundra de Alaska donde hace cien años se intentó poner en marcha una línea que ayudara a trasladar de un lugar a otro a los mineros que trabajaban en las vetas de oro de 70 pueblos como Nome.
La fiebre del oro llevó la prosperidad a estas tierras heladas y grandes oleadas de mineros se asentaron principalmente en Juneau, Fairbanks y Nome. Este es el lugar donde se asienta el cementerio de los trenes de la tundra. El punto exacto donde tres locomotoras de vapor de 1880, que sirvieron en las líneas de Nueva York, permanecen en un cementerio de hierros oxidados. Las máquinas, de 23 toneladas de peso cada una, eran del tipo 0-4-4 Forney.
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