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Historiadores y cien años del metro de Madrid

Este jueves 13 de febrero a las 18.00 horas visitará el Museo del Ferrocarril de Madrid el historiador y politólogo Antonio Martínez Moreno para presentar su trabajo sobre la historia del metro de Madrid y su legado patrimonial. Con esta nueva actividad del Museo que son los Encuentros con historiadores ferroviarios, organizados por el Archivo Histórico Ferroviario y la Biblioteca Ferroviaria, se pretende acercar a la sociedad diferentes investigaciones que se están realizando sobre la historia del ferrocarril español, mediante un debate cercano y distendido que facilite la comunicación y el intercambio de ideas.

Antonio Martínez es licenciado en Historia y en Ciencias Políticas y Gestión Pública. Ha cursado el máster “El Patrimonio Cultural en el siglo XXI: Gestión e Investigación” en las universidades Complutense y Politécnica de Madrid. Este joven investigador ha publicado artículos sobre transportes urbanos e historia de Madrid para revistas como ‘Vía Libre’, ‘La Gatera de la Villa’ o ‘Madrid Histórico’, y hace unos meses apareció su libro sobre la construcción de la primera línea del Metro de Madrid, coincidiendo con la celebración del centenario del metropolitano.

En 2019 publicó «El Ferrocarril como elemento cohesionador del territorio. El Metropolitano Alfonso XIII y su impacto en el desarrollo de Madrid» en la Colección “Monografías del Ferrocarril” de la Fundación de los Ferrocarriles Españoles. Este estudio, que puede descargarse en pdf desde www.tecnica-vialibre.es, investiga la historia del Metro madrileño y la influencia que tuvo en el desarrollo de la capital, analizando la evolución de los diferentes barrios del Ensanche para comprobar si la llegada a ellos del metropolitano impulsó o no su crecimiento.

En Encuentros con historiadores ferroviarios expondrá sus avances investigadores sobre la historia de la construcción y la puesta en servicio de la primera línea del Metro de Madrid y sus aportaciones al legado patrimonial de la ciudad. Cuando se acaban de cumplir 100 años de la primera línea del metropolitano, la línea Norte-Sur, el autor desvelará detalles sobre el proyecto original, la constitución de la primitiva Compañía Metropolitano Alfonso XIII y la búsqueda de financiación del proyecto, además de las obras de construcción de la línea y el relato de la inauguración oficial, que contó con la asistencia de las más altas autoridades del Estado, encabezadas por el rey Alfonso XIII.

Antonio Martínez describirá también cómo eran las primeras ocho estaciones de Metro, prestando especial atención a la concepción y diseño que de ellas hicieron los arquitectos Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, autores de algunos de los edificios más emblemáticos de la capital. No faltarán referencias a los primeros coches empleados y las ya centenarias Cocheras y Talleres de Cuatro Caminos.

Las fuentes consultadas para este trabajo se dividen en dos grandes grupos, de un lado una serie de documentos originales referentes al metropolitano (memorias de proyectos, planos de estaciones y líneas, memorias de gestión de la Compañía, folletos/libros editados por la Compañía, expedientes de concesión, gacetas…etc.) disponibles en diferentes archivos de titularidad pública, destacando el Archivo General de la Administración y el Archivo de Metro de Madrid. Por otro lado, se han consultado revistas y periódicos de los años 20 y 30 y algunas publicaciones modernas como libros y tesis doctorales, que constituyen fuentes secundarias y que han permitido profundizar y enriquecer la visión sobre el objeto de la investigación.

Metro Madrid, un siglo de historia

Cuando Alfonso XIII inaugura el metro de Madrid, el 17 de octubre de 1919, ni tan siquiera pudo imaginar que el suburbano se convertiría pocos años después en el medio más popular de transporte y que, con el devenir de los años, sería referencia obligada para todas las redes que se construyen en el mundo. Aquel metro, de cuatro kilómetros de longitud y ocho estaciones, es un siglo después una compleja red de transporte con 302 estaciones y 294 kilómetros de recorrido. En sus cien años de historia, el metro de Madrid ha superado los límites de la capital y hoy llega a doce municipios; y absorbe más del 40% de la demanda de transporte público de la Comunidad de Madrid, con 657 millones de viajeros (2018).

El 17 de abril de 1917 comenzaron las obras del metropolitano, no exentas de dificultades. Tras 2 años y 3 meses, el proyecto se convirtió en realidad y el 17 de octubre de 1919 el rey inauguraba la línea Norte-Sur de la denominada Compañía Metropolitano Alfonso XIII. Este primer tramo de la red constaba de ocho estaciones: Puerta del Sol, Red San Luis, Hospicio, Bilbao, Chamberí, Martínez Campos, Ríos Rosas y Cuatro Caminos. En total cubría una distancia de 4 kilómetros.

Aunque la red de metro no se inauguró hasta 1919, los primeros proyectos para que Madrid pudiese disponer de este medio de comunicación rápido y eficaz se remontan a la última década del siglo XIX. Desde 1863 Londres tenía ya un suburbano y París lo tendría en 1900. Fueron varios los ingenieros españoles que pretendieron la concesión. Pero después de varios planes desestimados por incompletos, en 1914 se acepta el proyecto del ferrocarril metropolitano de Madrid firmado por los ingenieros Miguel Otamendi, Antonio González-Echarte y Carlos Mendoza, que proponen cuatro líneas: Línea 1: Norte-Sur (C. Caminos-Progreso); Línea 2: Este-Oeste (Ferraz-Puerta del Sol-Goya); Línea 3: del Barrio de de Salamanca (a lo largo de la calle de Serrano, partiendo de la Plaza de la Independencia enlazando con la línea 2 y 4); y Línea 4: de los Bulevares (Ferraz- Bulevares- Alcalá).

La intervención del monarca resulta decisiva (de hecho se constituye la sociedad bajo el nombre de Compañía Metropolitano Alfonso XIII), porque la compañía estuvo a punto de abandonar la idea por falta de financiación. El rey contribuyó entonces con un capital de un millón de pesetas al fondo de ocho millones que se necesitaba para iniciar el proyecto, salvando así su construcción.

Los tiempos, al parecer, no difieren de los actuales y surgen casi de inicio los problemas con el Ayuntamiento, ya que se decide el comienzo de las obras en la Puerta del Sol, esquina a Alcalá, en julio de 1917 con la licencia municipal aún en trámite. Por fin, el 17 de octubre de 1919 el rey Alfonso XIII inaugura en la estación de ‘Cuatro Caminos’ la línea 1 Norte-Sur del Metropolitano madrileño desde los ‘Cuatro Caminos’ a la ‘Puerta del So’l, con un recorrido de 3.480 metros y ocho estaciones: Cuatro Caminos, Ríos Rosas, Iglesia, Chamberí, Bilbao, Tribunal, Gran Vía y Puerta del Sol.

Pero no es hasta el 31 de ese mes cuando se abre al público las estaciones terminales del recorrido, a fin de que los viajeros se fueran habituando ale nuevo medio de transporte. El primer día de servicio viajaron 56.220 personas y la recaudación fue de 8.433 pesetas de la época. El trayecto completo costaba 15 céntimos en clase única. (En los años veinte el precio rondaba los 22 céntimos, mientras que un litro de leche costaba 20 céntimos, el pan a 66 céntimos por kilo y el kilo de patatas a 0,30).

Las primeras estaciones se construían a escasa profundidad y estaban iluminadas por lámparas de bujías. A partir de 1994 se planteó una nueva estructura de las estaciones de Metro para hacerlas más amplias, más diáfanas y luminosas y más «comprensibles» para el usuario. El primer ascensor de la red se instaló en 1920, en la estación de Gran Vía y fue diseñado por Antonio Palacios, mientras que las primeras escaleras mecánicas son de 1961 y se instalaron en Aluche y Plaza de España.

Los primeros coches que entran en circulación en 1919 son los llamados Cuatro Caminos, construidos en Zaragoza por Carde y Escoriaza (actualmente absorbida por CAF). Estos trenes se mantuvieron en circulación durante 70 años, aunque fueron reformados a finales de los años 50 y principios de los 60. Hasta 1945 se introducen hasta seis modelos más de coches clásicos, todos ellos de gálibo estrecho, que es el instalado en las líneas más antiguas (1, 2, 3, 4, 5 y Ramal).

Para celebrar este primer siglo de vida, el suburbano agasajará hoy a sus usuarios con sorpresas y actuaciones de la Orquesta y Coro de la Comunidad. Diez actuaciones repartidas entre las estaciones de Embajadores, Legazpi, Nuevos Ministerios, Callao, Canal, Paco de Lucía, Puerta del Sur, Moncloa, Chamartín y Ópera celebrarán así la histórica fecha. Un quinteto de cuerda, en cada una de ellas, pondrá la música de pequeñas piezas de cinco minutos –entre las 17 y las 19.30 horas– al paso incesante de viajeros que podrán, además, disfrutar de las voces de 40 integrantes del Coro de la Comunidad en Sol –a las 20 horas–.

El Ejecutivo regional asegura que los usuarios «más madrugadores» encontrarán un obsequio en el interior de los trenes –se desconoce la naturaleza del regalo–. El primero de los trenes que recorrerá las vías, en este caso de la línea 1, saldrá de las cocheras de Hortaleza a las 6 de la mañana con los misteriosos detalles a bordo. El tren, decorado con vinilos que recuerdan al histórico modelo en el que viajó el Rey Alfonso XIII el día de su inauguración, parará las estaciones más antiguas de la red –Sol, Tribunal, Iglesia, Ríos Rosas y Cuatro Caminos– donde el Metro tiene reservado otro obsequio: magdalenas que llevarán impreso en su envoltorio el logotipo diseñado especialmente para el centenario.

Cien años de tren de Villablino en la Uned

La Universidad Nacional de Educación a Distancia (Uned) imparte este año en Villablino, entre el 22 y el 24 de julio, un curso de verano en torno al ferrocarril Ponferrada-Villablino que revisará cien años de historia (1919- 2019) y su puesta en valor como recurso para el desarrollo local. Los objetivos de este curso pretenden abordar el conocimiento y análisis de la llegada del ferrocarril a la zona, el patrimonio minero e industrial dejado por la actividad extractiva durante un siglo, con especial atención a la línea férrea Ponferrada-Villablino y su utilización como recurso turístico sostenible. De forma paralela, la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Villablino, con la colaboración de la Cátedra de Turismo Sostenible y Desarrollo Local, ha organizado una serie de actos en consonancia con la temática del curso.

Este martes 23 de abril se inaugurará a las 11.30 horas en la sala de exposiciones de la Casa de Cultura la muestra ‘El ferrocarril de Ponferrada a Villablino, un viaje fotográfico de David Zamorano’. Una selección fotográfica del artista berciano que reivindica el alto valor patrimonial, cultural, histórico y natural de esta vía centenaria. Posteriormente, a las 12.00 horas y también en la Casa de Cultura, la compañía Dinamia Teatro escenificará la obra ‘El abuelo del Ponfeblino’ -para niños y adultos-. Para finalizar el programa de actos, a las 12.45 horas tendrá lugar un memorial con vivencias y recuerdos de ferroviarios del Ponferrada-Villablino.

Precisamente el 23 de julio se cumplen cien años de la llegada del ferrocarril a Villablino. La localidad se había engalanado para recibir al primer tren carbonero que estrenaba la nueva línea de ferrocarril desde Ponferrada. Poco más de diez meses habían bastado para concluir una de las mayores obras de ingeniería del Bierzo; 65,50 kilómetros de vías que seguían el curso del río Sil y se adentraban en los valles de Laciana para trasladar el carbón hasta la térmica que levantaba la nueva empresa Minero Siderúrgica de Ponferrada.

No fue fácil. El proyecto tuvo que luchar contra la pandemia de la gripe española, que provocó una auténtica desbandada entre los trabajadores del ferrocarril. De los 4.800 que habían comenzado las obras en el otoño de 1918, reclutados por toda España por Minero Siderúrgica de Ponferrada, apenas quedaron 1.200. Además tuvieron que trabajar en condiciones difíciles, con un invierno que azotó con dureza. Los obreros se resguardaban en tiendas de campaña y en construcciones improvisadas al pie de las vías. Y ante la falta de mano de obra, había mujeres que se ganaban unas pesetas mientras recogían y cargaban piedra para rellenar la vía. Tampoco era extraño ver a niños dedicados a auxiliar a los peones. La línea costó ocho millones de pesetas y fue necesario construir diez puentes sobre el Sil y seiscientos cincuenta metros de túneles; uno de ellos, de cuatrocientos metros.

Por eso fue un milagro que el trazado estuviera listo en diez meses, cuando el plazo de ejecución era en general de catorce. Un milagro que cambió el Bierzo y Laciana. Que convirtió a Ponferrada en una ciudad industrial y a Villablino, localidad donde las mantequerías y el ganado tenían su peso, en cabecera de una cuenca minera.

Desde su construcción en 1919 fue explotado por Minero Siderúrgica de Ponferrada, transportando carbones propios como de otras explotaciones mineras además de viajeros, mercancías varias en régimen de paquetería y correos. Este servicio dejó de prestarse el 10 de mayo de 1980. En la década de los 80 también se dejó de transportar carbón de otras empresas y de transbordar carbón a la red de Renfe. Desde octubre de 2012 se encuentra sin servicio y a cargo de la administración concursal de Coto Minero Cantábrico (CMC).

Cien años de CAF

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‘La fábrica grande’ cumple cien años. La factoría de Beasain, que ha dado empleo y vida, a todo el Goiherri es, sin lugar a dudas, la locomotora de Gipuzkoa y una de las empresas punteras de España, amén de ser la firma de construcción de material ferroviario con más tradición del país. Y eso que su creación vino precedida de una fuerte crisis que cae como un mazazo sobre la comarca. La intervención del Banco Urquijo es provindencial.

La firma nace en marzo de 1917 con el propósito de explotar los talleres que la Fábrica de Vagones dispone en la vega del Oria. Varias sociedades se suceden al frente de su administración (entre otras Goitia y Compañía, La Maquinista Guipuzcoana y Sociedad Española de Construcciones Metálicas), pero las dificultades económicas la abocan al fracaso.

Tres empresarios afincados en Madrid –Valentín Ruiz Senén, Luis Urquijo Ussía y Santiago Innerarity Cifuentes, junto al comisionista donostiarra Ángel Gascue Minondo- se reúnen en Donostia ante el notario Luis Barrueta para constituir una sociedad que tiene como objetivo la «construcción, compra, venta, alquiler de vagones y de cuantos elementos puedan servir para los transportes, para la explotación de caminos de hierro y tranvías, y aportar al tráfico nacional, material ferroviario». La nueva sociedad se bautiza como Compañía Auxiliar de Ferrocarriles (CAF) que acabará siendo conocida por sus siglas.

«La Primera Guerra Mundial resulta fundamental para la consolidación de la industria de construcción de material ferroviario en el País Vasco y en el resto de España. Dos factores resultan en este sentido determinantes: por una parte, la imposibilidad de las empresas ferroviarias españolas de seguir abasteciéndose en sus proveedores habituales de Francia, Bélgica, Alemania o Gran Bretaña, ya que sus industrias se centraron en estos años en el esfuerzo de guerra, a lo que se sumaban las graves dificultades para el comercio internacional. De hecho, esta coyuntura facilitó las primeras grandes exportaciones de la industria vasca, en concreto 6.390 vagones suministrados por la fábrica de Beasain a Francia, Bélgica y Portugal». El párrafo está extraído de la «Introducción a la historia de la industria de construcción de material ferroviario en Euskadi» que Juanjo Olaizola escribió para el VI Congreso de Historia Ferroviaria.

La magnitud que adquiere el negocio le obliga a dotarse de mayores recursos. En su búsqueda, tantea ámbitos cada vez más amplios e inicia una ambiciosa carrera que le llevará a superar muy pronto el techo comarcal de Beasain y Goiherri, para proyectarse en los mercados nacional y extranjero. La empresa guipuzcoana pronto se convierte en el principal constructor de vagones del país, suministrando vehículos completos y toda clase de accesorios a la práctica totalidad de compañías concesionarias españolas, así como a otras sociedades constructoras de material móvil, según asegura Olaizola.

La misma fuente apunta a que con la constitución de Renfe en 1941, la empresa estatal se convertiría en el principal cliente de la firma vasca que, en aquellos años, se asentó en la construcción de locomotoras, con el suministro de las magníficas máquinas eléctricas de la serie 7500. Otros clientes como el Metro de Madrid también adquirieron, progresivamente, un destacado papel en la cartera de pedidos de la compañía. Acuerdos tecnológicos con firmas de prestigio internacional como FIAT, ALCo o Mitsubishi permitieron a CAF dominar el mercado español y realizar, a partir de 1961, exportaciones de componentes, vagones, coches de viajeros, locomotoras diésel y unidades de metro a países como Thailandia, Francia, Yugoslavia, República Democrática Alemana, Túnez, Colombia o Irán. La factoria de Beasain ha ido extendiendo sus tentáculos en otros país, pese a la crisis que ha sufrido el sector ferroviario, que ha sabido capear incorporando otros productos a su cartera.

En estos cien años transcurrido, CAF se ha convertido no solo en el motor económico de Gipuzkoa, sino en una de las empresas españolas de más renombre que compite con las grandes multinacionales del sector. Sus productos (trenes, tranvías y metros) se mueven hoy por las líneas ferroviarias de los cinco continentes. Los 1.650 empleados de aquel lejano 1917, supera los 7.000 en su matriz de Beasain, resto de factorías y filiales.

El ‘funi’ se pone guapo para que Bilbao festeje su primer centenario el miércoles 7 de octubre

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Pocas cosas hay en la capital vizcaína tan bilbaínas como el funicular de Artxanda. El miércoles 7 de octubre cumple sus primeros cien años de vida. Hace un siglo, a las 12.20 de la mañana, el ‘funi’ iniciaba su servicio que, salvo contratiempos espaciados ((el asedio de Bilbao en la Guerra Civil y un accidente en el año 1976 que lo tuvo apartado hasta 1983), ha seguido funcionando “como un referente en la memoria y en las costumbres de los bilbaínos”.

Durante unos pocos días, el ‘funi’, como cariñosamente le llaman los bilbaínos, ha perdido su característico color rojo y, en una imagen inédita, ha circulado ininterrumpidamente de blanco en la subida y bajada a Artxanda. Este pálido semblante, inhabitual en el paisaje bilbaíno, ha pasado casi desapercibido, aunque son muchos los usuarios que lo utilizan para subir hasta uno de los montes de referencia de la Villa. Más que una operación de maquillaje -en alguna ocasión los malditos grafitis han obligado a intervenir en el repintado de la carrocería-, los dos vehículos del transporte han vuelto a ser coloreados y lucen inmaculados, casi como nuevos. Devuelto a su color original (RAL 3020 o ‘rojo tráfico’, en la jerga técnica), luce sus mejores galas antes de que se festejen sus cien años de vida. El rojo es el mismo que exhiben los autobuses del transporte municipal en Bilbao. También se colocará un vinilo que recuerde sus cien años de vida (Artxandako funikularra. Bilbao 1915-2015).

Pese a la popularidad del servicio, el ‘funi’ tampoco está para echar cohetes. Es un servicio infrautilizado por los bilbaínos. Aunque este verano ha batido todas las marcas. En agosto, 87.255 usuarios utilizaron sus servicios, frente a los 66.301 del año anterior. En realidad, es un transporte más abierto al turismo que al servicio ciudadano, pero el Ayuntamiento quiere cambiar la tendencia.

Los vecinos de la parte alta de Uribarri se verán beneficiados del apeadero que el Consistorio ha previsto en la zona del Mirador de Bilbao y Vía Vieja de Lezama, el punto donde se cruzan las dos unidades. Será una parada a mitad de trayecto que ahorrará una considerable pendiente a los residentes en esta zona de la capital vizcaína. Pero aún deberán esperar a 2019 antes de que sea hagan realidad los planes municipales.

El ‘funi’ se inauguró el de octubre de 1915. Benito Marco Gardoqui, a la sazón alcalde de Bilbao durante los años de gestación del proyecto, no pudo inaugurar el servicio ya que dimitió en septiembre, tras un incidente con el ministro de Gobernación, Sánchez Guerra, a propósito de la reconstrucción del teatro Arriaga devastado por un incendio tiempo antes.

Desde finales del siglo XIX y primeros años del siglo XX, muchos bilbaínos utilizaban el monte Artxanda como lugar de esparcimiento y diversión, creándose en torno diversos ‘txakolis’ donde la gente disfrutaba de su tiempo de ocio. Desde 1901 y hasta 1912 se valoró un proyecto de un tren de cremallera para unir el centro de la Villa con el monte Artxanda que finalmente no prosperó. Habría que esperar hasta 1913, cuando se creó la sociedad Funicular de Artxanda, para que el proyecta cuajara y se hiciera realidad cuatro años más tarde. Tibidabo (Barcelona) e Igeldo (Donostia) se adelantaron a la capital vizcaína en disponer de un sistema de funicular para alcanzar las partes más elevadas de las respectivas localidades.

La empresa suiza Société des Usines de Louis de Roll (después Von Roll) asesora el proyecto y la firma Talleres Mariano del Corral (tenía su sede cerca de la estación inferior) construye los tres coches (uno de repuesto) necesarios para el servicio. El recorrido empieza en un túnel de 145 metros de largo, que atraviesa las líneas del ferrocarril de las Arenas y Lezama; sigue después por un gran viaducto de 170 metros de longitud, integrado por 19 arcos monumentales, que se sitúa a poca distancia de la línea viene de cambio, una disposición especial que permite cruzarse, sin maniobra alguna, al coche que sube con el descendente. La rampa máxima es del 42% y la mínima del 24%, en una longitud total de 777 metros. Cada vehículo tiene capacidad para 60 personas, y su velocidad de 2,30 metros por segundo. Artxanda se sitúa a siete minutos de Bilbao.

Pedro Guimón, uno de los arquitectos más afamados del Bilbao de principios de siglo, se encarga de la obra civil, en la que se planteaba también la construcción de un casino. El precio del billete en esos primeros años es de 0,50 pesetas (ida y vuelta). Personas mayores y niños tienen descuentos considerables.

El casino se convierte en el centro neurálgico de las fiestas del Bilbao de aquella época. Todos los grupos sociales hacen de sus locales el lugar de reunión para celebrar reuniones y actvidades importantes. La Guerra Civil acabó con esta construcción, que ya no se volvió a levantar. Sin embargo, el funicular sí recuperó su actividad tras la contienda y reinaugurado el 18 de julio de 1938. Sobrevivió con diversos altibajos hasta junio de 1976. Un fallo en los frenos provocó la caída libre del coche superior que acabó en astillas en el andén inferior. Recuperado en mayo de 1983, volvió a poner al alcance de los bilbaínos uno de los parajes más significativos de la Villa. En solo tres minutos es posible alcanzar la cima de Artxanda.

(Imágenes cortesía Joseba Barrio)