El lema ‘Papá, ven en tren’ es uno de los más antiguos de los primeros reclamos publicitarios que recuerdo. Quizá sea de principios de los setenta, aunque no acierto a saber el año exacto. De cualquier forma, este y el otro de «Con Iberia ya hubiera llegado» competían ofreciendo servicios de transporte para restar tráfico a las carreteras españolas, pero con poca fortuna visto lo visto.
Los trenes de la época tardaban en llegar una eternidad. Salvo honrosas excepciones, tampoco ofrecían comodidad. Ni velocces, ni cómodos y con una imagen de la compañía operadora poco gratificante. Los trenes de nuestra niñez,cons estaciones y apeaderos donde el servicio de cantina permanecían abiertos casi las veinticuatro horas del día. Aquellos trenes sin calefacción ni aire acondicionado, que permitían a los viajeros apearse casi en marcha para llegar antes de que se abarrotara hsta la barra del bar, pedir y pagar de prisa, antes de que el jefe de estaciones diera la salida correspondiente.
Ahora, con el trasiego vacacional, el traslado de un lugar a otro de los veraneantes que terminan o empiezan su descanso estival, la nostalgia me invade y el anuncio me asalta la memoria.